5.3.13

lucho fervientemente por un pedacito de tu sonrisa.

cielorraso

Pobre Paula. De haber sabido, quizás me hubiera sincerado con ella. Hace nada más que un año los veía mudarse a través de ésta misma ventana que da a la calle, los veía cargando sus muebles, sus libros, sus discos, su cama. Cama en la que nunca me acosté, lo admito, por mucho que lo anhelé, nunca tuve la oportunidad de hacerlo.
Se habían casado hacía poco, después de tres años de estar de novios. Paula daba su vida por Ignacio. Bueno, un poco creo que la dio. Por ésta misma ventana, lo veo irse, con nada más que una muda de ropa, sabe que estoy acá, observándolo, como siempre, pero no va a devolverme la mirada, no va a regalarme un solo gesto porque yo sé que en el fondo hasta me echa la culpa.
Cuando los conocí eran un matrimonio de esos ejemplares. Paula tenía veinticuatro años e Ignacio veintisiete. Yo, por mi parte, ya estaba raspando los treinta. Eran envidiables, con sus electrodomésticos nuevos, discos de una lista de casamiento en una importante cadena, y portarretratos con fotos de la fiesta por toda la casa. Me habían invitado a tomar un café, política que habían implementado con todos los inquilinos del edificio, que éramos nada más que once, un solo departamento por piso.
En el primero vivían dos chicos del interior, estudiantes de ingeniería. Se la pasaban encerrados estudiando, como si no estuviesen. En el segundo vivía una vieja solterona, ya tenía como setenta años y nunca nada. En el tercero había un matrimonio con tres hijos, los Durán, una familia modelo. El cuarto estaba vacío, tenía problemas de humedad y el propietario no tenía plata para arreglarlo, creo que tampoco estaba interesado en alquilarlo. Igual, qué me importa. En el quinto piso vivía yo, Lucía Arben, sola desde que me había emancipado de mis padres, manteniendo un hogar, desesperándome cada vez más por formar una familia.
Al departamento del sexto piso fueron a parar ellos. A Paula se le notaban las ganas de tener hijos, era completamente obvio. Desde el momento en que los ví juntos me dí cuenta de que Ignacio no quería ser padre.
De vez en cuando discutían. Lo lamentable es que desde acá abajo sólo podía oír balbuceos. Pasaba cada dos o tres noches, después estaban en paz, como si no hubiera pasado nada, pero a la segunda o tercera siempre, siempre, alguno estallaba.
De repente apareció un perro en escena. Yo asumí que Ignacio se lo había regalado a Paula para salvaguardar el hecho de que no quería tener hijos. Lo admito, ese perro terminó salvaguardándome a mí. Cada vez que alguno de los dos salía a sacar a pasear al can, yo me lo encontraba de casualidad, mientras sacaba la basura, o salía del edificio. Así fue cómo me fui metiendo cada vez más en la casa de los Artemis.
Pasado un tiempo, el único que sacaba al perro era Ignacio. Ahí supe que todo era culpa de Paula, de que era insoportable, de que una relación con ella debía ser insostenible. Igual le hablaba cada vez que tenía oportunidad, como si no pasara nada, como si no la envidiara, como si no la celara.
Su habitación justo estaba arriba de la mía. Algunas noches, excluyendo los días en que se peleaban, yo escuchaba la cama golpearse contra la pared, el movimiento ponía el techo a temblar, lo que hacía que se descascarara la pintura del cielorraso y me cayera encima. Tenía un poco descuidado el departamento, lo admito. Sinceramente, odiaba a Paula. Ella poseía todo lo que yo necesitaba. Ignacio era el hombre más lindo que había visto en la vida, y estaba casado con esa perra. Ella, que no entendía que él todavía no quería tener hijos, que eran jóvenes, que debían realizarse económicamente, que acababan de mudarse, que tenían mucho tiempo, que tenían que viajar, que disfrutarse.
Al principio los ruidos no me molestaban tanto, pero después no me dejaban vivir. Ansiaba que se pelearan para no tener que estar pendiente de ellos. Lo peor es que con cada golpe imaginaba lo que se hacían, y hasta admito que un poco me excitaba.
Fue alrededor de Junio que empezaron a pelearse más seguido. Se peleaban todas las noches, y yo podía dormir en paz. Me consolaba pensar que Ignacio estaba cada vez más cerca.
Una noche se gritaron tan fuerte que él se terminó yendo. Cuando escuché el portazo debí haber perdido unas cuantas coronarias. Me arrimé hacia el living para escuchar el ascensor, y sin embargo oí tremendos pasos en la escalera, que cesaron al llegar a mi piso. Alguien tocó la puerta, y yo me hice la tonta para simular que no estaba pendiente de ella.
Le abrí a Ignacio así cómo estaba, en bata. Le ofrecí un café, un oído y la mesa del comedor. Me confesó estar cansado de los reproches de Paula, que ya ni siquiera el perro la contentaba, que el sexo no era lo mismo, que estaban mejor cuando eran novios. A eso de las cuatro de la mañana me dijo que era muy tarde, me agradeció, me abrazó y se fue. Sus brazos alrededor mío, su aroma, su pelo, las lágrimas que apenas habían asomado sus ojos me hicieron repudiar cada vez más a Paula, y me dieron una coartada para mantenerme cerca.
Una vez a la semana Ignacio estaba ahí, todo para mí. No pasó demasiado tiempo hasta que las cosas empezaron a irse de contexto. Yo estaba completamente loca por él. El consolarlo me llevó a desear cada vez el tocarlo, sentirlo. Después de unas semanas, luego de cada discusión él venía a mi casa. Ya no le importaba dormir poco, él venía a mi casa.
El diecinueve de julio, tras escuchar los pasos en la escalera, en vez de asomarme a la puerta en bata, lo hice desnuda. Ya estaba cansada de hablar de Paula, cansada de sus reproches, de sus ganas de tener hijos, de sus porquerías, de sus ataques de histeria, de su descontento frente al espejo, de que el perro rompía todos los muebles nuevos. Ignacio se abalanzó contra mí cual fiera en celo, sin dudarlo. Ese día ni siquiera llegamos a la cama. Ignacio me penetraba como nunca nadie, lo hacía hasta el fondo.
Yo era su pasaporte de salida del martirio que vivía con su mujer, y no me importaba, total, el departamento del cuarto piso estaba vacío, nadie podía saber lo que estaba pasando en mi cama, excepto las manchas de humedad del propietario, que pronto comenzaron a arruinarme el piso, y yo temí que el techo se caiga. Decidí, por el bien de todos, y hasta que pudiera pagar un albañil, mudar el colchón al living, entonces ya no teníamos que atravesar toda la casa para hacer el amor. Simplemente, él corría hacia mis brazos en tanto bajaba las escaleras, hacíamos tres pasos y caíamos rendidos al colchón. Paula opacaba los gemidos con su llanto, pero yo sabía, yo sabía que en algún momento iba a cansarse e iba a irse, dejándolo sólo para mí.
El 13 de septiembre me crucé a Paula en el supermercado. Hacia meses que no la veía. Estaba flaquísima, pálida, ya no tenía la piel tan espléndida como cuando su marido le hacía el amor noche de por medio. En algún sitio adentro mío me regocijé. Me saludó a duras penas. Cuando estaba yéndome simplemente me miró furtivamente como diciendo “yo sé lo que está pasando en ese departamento, lo que hace mi esposo con vos cada vez que se va”. Me dí media vuelta y me fui, no tenía nada que hacer ahí.
Ignacio me cogía cada vez mejor. Me la había chupado por toda la casa. Me tenía todo el día pensando en él, esperándolo, y me alegraba saber que ya casi no dormía con ella.
El 3 de octubre Paula se tiró de la terraza. No dejó una carta, no dejó nada. Sólo ató la correa del perro a mi puerta. De no haber estado durmiendo con Ignacio sobre mi vientre, la habríamos visto caer desde la ventana. Ella sabía, él la dejó saber. Cuando lo supo, lloró un rato y ya no me dirigió la palabra.
Me quedó, nada más, espiarlo desde la ventana. Por ésta misma ventana, lo veo irse, con nada más que una muda de ropa, sabe que estoy acá, observándolo, como siempre, pero no va a devolverme la mirada, no va a regalarme un solo gesto porque yo sé que en el fondo hasta me echa la culpa.

abusos

Sandra lloró toda la noche. Le das demasiada importancia a los muertos, te gastás de más. Sandra, yo te quería decir que mamá te quería, a pesar de todo. Yo sé que es una pena todo lo que pasó y que sentís ganas de pedirle perdón, justo ahora que no podés, justo ahora que están cerrando el cajón.
Sandra, ¿vos realmente pensás que mamá se murió porque vos la mandaste a morirse?, no, Sandra, no, mamá ya estaba vieja, tenía la presión muy alta, con esas cosas no se jode.
Yo me acuerdo de aquella vez en la plaza, cuando eramos chiquitos. Estábamos jugando en las hamacas y yo sin querer te empujé y te caíste. Gritaste tanto, tanto, Sandra. Mamá vino corriendo a ver qué te pasaba. ¿Ves?, mamá sí te quería, no se iba a tomar en serio lo que le dijiste.
Ahora vos pensás que ella se murió odiándote, que se murió por tu culpa. Ya estamos grandes. Vos tenés que entender que ella no hablaba en serio cuando decía que tendría que haberte mandado pupila a un colegio de monjas, Sandra, ella no pensaba realmente que eras una prostituta. No, Sandra, yo te juro que no le dije nada, ella me preguntaba pero yo era una tumba, como la de ella, como la de ella.
Pero bueno, ahora que nos quedamos solos vamos a salir adelante. Vamos a poner linda la casa, Sandra, vas a poder traer a tus clientes, vas a ver cómo el negocio remonta. Ahora que no está mamá tenemos piedra libre.
En serio, Sandra, ahora vas a volver y te vas a pegar una ducha, vas a descansar que mañana tenemos un día largo. Dale, nena, sonreí, yo me voy un rato, necesito un trago.
Sandra lloró toda la noche. Sandra, le doy demasiada importancia a los muertos, me gasto de más. Sandra, yo te quiero decir que te quiero, a pesar de todo. Perdoname.

slow motion sináptico.

sueño que te lo digo
en una escalera
y que vos también
sos lindo, ¿sabías?
digo
una tarde con vos
configura otras nueve
intentando lamer el fondo de la taza.
ojalá existiera la masturbación del llanto.
no puedo ver más allá de éste cigarrillo.
ese gato está muerto:
algún día va a cansarse de dejarme

y se habla de andar a la deriva,

mientras la deriva soy yo.
ya innombrable
tu palabra tiene la culpa
de tanto desapego
son los años
de descubrirte apenas
una porción del velo
yo
inmaculada
maldita
escondida
detrás de un poema
escrito para otro
que oculta
que más bien no dice nada
que es un pensamiento
acerca del caos
que tanto habremos planeado
en silencio

la mujer que vos ames, dijiste
amará el silencio
quizás
yo ame lo que lo provoca, y
no, no podré amarte nunca
tampoco quisiera
tu poesía es adorable
porque es justa

tu poesía me desnuda
y estaré eternamente agradecida
por los versos que dejás caer, muy de vez en cuando
por esos regalos

me desnuda y no he visto aún
quizás no veré
los que me pertenecen, pero

mis dedos, en el aire
dibujan
tus costillas
marcadas
apenas descubiertas por el reflejo de la ventana
apenas erguido, con las rodillas sobre la cama
y tus manos
tan ásperas de rasgar cuerdas
esta noche me rasgan el pecho

y no me duele.
mi amor,
coronitas de papel de cigarrillo

eso bien es algo que podríamos haber leído por ahí,
pero yo sé

lo saqué de un canción de sui

no le das tus últimos cigarrillos a cualquiera, no

carajo, me hubiera gustado tanto mostrarte sui
mostrarte las canciones que me hicieron esto

el tiempo es insuficiente
para mostrarte lo que soy
los que me hicieron esto

tampoco me interesaba
que alcance

si bien no llegué a temer
tampoco hubiera querido acabarme
aburrirme
que se terminaran las cosas
para leer

la brevedad,
coronitas de papel de cigarrillo

c u á n t o m e g u s t a r í a

ser un lienzo en blanco
un libro vacío
un pentagrama virgen
en el que simplemente pudieras plasmarte,
no renegar sobre este momento

ni pasado
ni amantes
ni amores
ni cosas anteriores
simplemente

nacer así
y hablar por primera vez
y sentir por primera vez

en no sé cuánta cantidad de días
coronitas de papel de cigarrillo

y esta noche me odio, porque te amo
porque no amo al poeta
porque no amo al saxofonista
porque no amo al adúltero
ni amo al mentiroso

y esta noche me odio, porque me pica
la herida
que no me atrevo a ver.
'tenés suerte, es la última de chardonnay''

me olvidé los cigarrillos en casa
y este debe ser el bar del fin del mundo
el único en el que puede fumarse todavía
y estamos descalzos

chapeau, mon amour
los garabatos en tu cuaderno
indican que se te cayeron las manos
si sabré de eso, la
mujer de la mesa de en frente tiene el pelo corto
le roba cigarrillos al flaco de la disquería
al que dijo ayer que los discos de spinetta
eran los discos de su amor

la botella se va
te sonreís como un loco
y está sonando un jazz del infierno, el dueño
del que tan amigo sos
quiere irse a dormir

chapeau, mon amour
salgamos del bar
dejemos de hablar de nuestras quinientas ex parejas
te quiero mostrar la imagen pagana que descubrí ayer
en la cúpula de una iglesia

él
malabarista, circense
primero sofista, luego abogado, luego filósofo
luego pendejo, luego un corte de pelo
luego el porro, luego una botella de cerveza
la no existencia de la no existencia
que en el balcón de la casa de mi vieja
tipo cinco de la mañana, le dije
no te gastes, no existe
no hay
no nada

hacemos un cadáver exquisito
en el que hablamos de la sal
de la deshidratación
del alcohol, del día de los enamorados

entonces, él
malabarista, circense, espectador, pero sobretodo, oyente
dedica una canción complicada
dueño del resto de las decisiones de la noche
habló de un paisaje creado por dios,
que era mentira, ambos somos ateos

la estrella
ese era mi último pedido de la noche, salir a ver la estrella
pegoteados, acariciándonos las manos
cuántas noches habré vivido sabiendo
que uno podía pararse en mitad de la calle
por la que no pasan los muertos

y caminamos hasta la barranca
se nos acercó un gato,
que ahora se llama fermín
porque estamos velando una muerte
carajo, cómo extraño a mi gato
y nos acostamos en el pasto
a mirar los planetitas
completamente encantados

para la hora en la que llamó mi amigo el adúltero
teníamos tierra en los ojos
la explicación
de por qué ese era uno de los días más felices de mi vida
de por qué no había chance
ni oportunidad de interferencia
por parte de buenos aires
en lo fatal que estaba corrientes

qué cosa más certera
toquetearte la mano
comprar unos lucky y una birra
terminar desarmados
en un banco de la plaza
en el que no puedo parar de mover la pierna

y vos, malabarista, circense, decís
basta, julieta
va a estar todo bien y además
en dos semanas estamos en buenos aires
me quedo a dormir en tu casa

y yo te digo, qué cosa más increíble
buenos aires, el viaje, este fin de semana
pero se termina esa puta cuarta botella y nos vamos a casa

chapeau, mon amour
qué poco que me importa
destruirme las piernas
atravesándome la ciudad entera

entonces decís
dios, yo sé que no existís
pero por favor, que un rayo parta a la hija de puta de julieta
que nunca se cansa de caminar, ni del alcohol
de buscar placer, de sonreírse
de insistirme

fermín-to ambiguo asco ama chupa.

el después, que no es lo mismo que
tu boca en el antes
ni tus piernas en el durante
ni el cigarrillo que estoy prendiendo


las cuerdas que rasgaste hoy a la tarde
merecían ser lamidas por los perros de la calle
o admiradas por los niños que sonríen


dejaste de fumar, mi amor
(ahora me suicido solita)


cantaste eso que perturba la carne
de los que pelamos hasta los huesos
por tres o cuatro trozos

tus dedos, quizás, acomodando los míos
luchando en el pasto perfecto


aunque hoy hagamos la paz, muy a mi pesar
más bien hacemos el amor


hacemos que hagan el amor
el hombre del sombrero en tus ojos
y mi sonrisa de puta.