24.3.12

Muerta o algo peor, escribía alguien, una vez, por ahí. ¿Qué sería, acaso, peor que estar muerto? Donnie grita a sus enemigos “deus ex machina”. Estar vivo. Cuando escribí a Iván me la pasé relamiéndome, pensando cómo carajo serían los últimos días antes de morirse. Cuando la muerte es algo planeado, claro. Cuando le ponés fecha y horario. Entonces labré una lista para mi personaje, un personaje que deseaba con ansias finalmente morirse. Para él, si bien se encontraba ante el desconocimiento total de la muerte, el que yo tengo hoy, la prefería por sobre su vida. Por sobre todas las cosas que desconocía. Cuando te despegás de las cosas que conocés, te despegás de tu cuerpo, de todas tus falencias y estrategias, de las posesiones del último dolor, de las sensaciones de pena y sufrimiento, te despegás de vos mismo, vos mismo a quién has estado pegado en la totalidad de ese conocimiento, el engranaje continúa. El espiral sigue su curso. Lo sabemos nosotros, que hemos velado a tantos muertos, incorporado sus faltas a nuestras vidas, asumiendo con entera certeza que ya no los veríamos bajo la forma de ninguna entidad, excepto en recuerdos, y en objetos que hilan recuerdos, pero que finalmente se sustraen a sí mismos de todo follaje terrenal para convocarse en ideas autogestionadas. Eso es una falta. La distancia es tan simple como encontrarse físicamente lejos, del lugar amado, del lugar ansiado, del lugar odiado, pero se resume a ya no ver, sentir ni escuchar a una persona. El engranaje continúa. Con el tiempo dejamos de desprender lágrimas de nuestras glándulas, dejamos de dedicarle fluidos a los que están en falta, cuando más bien, ya se encuentran, si es que se encuentran, en un sitio completamente ajeno al nuestro. La distancia es un armario cerrado con llave. Es no tener la llave. Distancia es todos los países que conozco o la vuelta de mi casa. Distancia es tan solucionable como un pasaje de avión o recorrer la manzana. Distancia es tan solucionable como decidir dejar de llamar a la persona en falta, dejar de otorgarle una entidad, distancia es desaparecer. Aún estando, en cualquier sitio inalcanzable, distancia es desaparecer. Dirán los injustos, los amantes de la vida, que distancia, desaparición y muerte son actos egocéntricos de desidia, de anomia, actos que bien ellos desconocerán, pero que amarán reprochar al que está muerto o desaparecido, al que simplemente se ha corrido de sus existencias y sus cuerpos. Adiós mundo cruel, estoy abandonándote hoy, no hay nada que puedas decir para hacerme cambiar de parecer, adiós. E Iván sabía, y los personajes saben, porque los personajes saben todo lo que uno sabe a la hora de crearlos, Iván es desidia. Podrán cobrar peso en bocas, oídos y retinas de otros, podrán esos otros imaginar a los personajes en lugares en los que jamás los podríamos haber ubicado, porque lo que está escrito es tan solo eso. Es mi mano en este momento recorriendo un texto que bien podrá no tener salida, pero es anomia. Uno mismo es su propio personaje y el mundo mismo, y el reproche, y la bronca por los muertos, y la bronca que el suicida sabe engendrará en sus seres queridos, o más bien, en los que lo querían a él, es un engranaje que corre, un espiral que gira, y una falta a largo plazo, y quizás corto, completamente solucionable, reemplazable, distancia es un armario, o acabar súbitamente una fiesta siendo echado, siendo sometido a un taxi que está esperándolo en la puerta, al que uno jamás llamó, pero sabe, ya no es bienvenido en el cumpleaños. Este cuerpo, con sus últimos dolores de posesión, ha sido echado, y probablemente no sea bienvenido en centenares de lugares. Inclusive lugares que desconoce. Pero al fin y al cabo es un cuerpo envejeciendo, un cuerpo que muere a diario con el sonido del tráfico y el cantar de los pájaros, y de un gato que de vez en cuando, se le enrosca a sí mismo cerca, porque empezó a hacer frío, porque frío también es distancia y en frío uno ansiará la compañía, quizás no de los muertos sino de otros seres vivos, el reafirmar que al latir y respirar, latimos y respiramos nosotros también. Es injusta la bronca hacia los muertos, por lo que sería injusta automáticamente la bronca hacia mi persona cuando deje de serlo. Todos tendrán algo terrible que decir, y a la vez me recordarán en actos que yo misma no recuerdo, actos en los que no estuve. Porque estos últimos actos, minados de ausencia, de distancia y desaparición, han sido un poco Iván. El aislamiento, el dejar de comer, el intentar abandonar el cigarrillo, la eterna tentación de herirme a mí misma, los senderos del egoísmo, los llamados telefónicos vacíos, las cosas que hacemos sin querer, todo se ordena en formas desconocidas sin dejar de hacernos saber que al partir, con el correr de los días, todo estará en su perfecto lugar. Todo seguirá como correspondía. Sin un nosotros que decore las mañanas de cualquiera o de nadie, o la ropa que te pusiste sólo para sacarte, la que dejarás de ponerte, el departamento que abandonarás, inclusive estando adentro, minado de artículos de colección y supercherías que otros tendrán que venir a desmantelar y desarmarte. Un contrato de alquiler para romper, una cuenta en un banco que se vacía, la infinidad de secretos que guardo celosamente, que verán la luz ante ojos incomprensibles, ante ojos probablemente minados de lágrimas, y de bronca, y de rabia.
Yo abandono esta vida hastiada de ella, saciada de ella, y a la vez, con la mayor de las repugnancias posibles, la que me lleva a comprender por qué el crear un personaje que simula ser todo lo contrario a uno mismo, tiene más de uno mismo que lo que solemos imaginarnos. El amor, como lo conozco, la comida, como la conozco, la amistad, los llamados telefónicos, el papel, los lápices, las fotos, la forma en la que me revuelco en la cama, la forma en la que me gustaría inmiscuirme en la vida de tantos otros, la forma en la que ya lo he hecho sin querer, todo eso, hoy mismo, se termina. Porque no han existido en esta forma de conocer las casualidades, sino más bien hemos sido atados, desde antes de existir a una morfología que tardaríamos años en comprender, y aún sin comprenderla, este cuerpo ha envejecido lo suficiente. Se ha terminado el dilema ontológico que me provoca pesadillas. Si las palabras son tan importantes, son tan suficientes y necesarias como para que yo les otorgue el peso de sobrepasar los actos, si he desperdiciado mi vida, si he hecho con ella cosas terribles, todo lo que aborrezco también se va como el segundo que se pierde en la aguja que obedece a su engranaje y arbitrariamente se ubica por debajo de la línea que dictamina el segundo anterior. La concepción de presente que solemos utilizar es completamente ridícula, puesto que todo más bien es pasado y futuro, y todo, peor, es mejor pasado. La falta de opciones, la pluralidad de decisiones, atravesarse una llanura entera para entregarse al hecho de aceptar que de ahí vengo, y desde entonces nada ha podido cambiar. Todo está basado en ese suelo que ya no podré tocar. Porque la forma de las cosas alcanzó su fin. Yo fui, un deseo, un anhelo, un error de cálculo de mis padres que pronto desaparecerá. Yo fui, un deseo, un anhelo, de todos aquellos que ansiaron abarcarme ilusamente, manteniendo mi nombre y mi recuerdo, queriendo inmiscuirse en mi infinidad de hilos y sogas, y del más allá que nunca se acaba ni se termina hasta el día de hoy. He sido caníbal. Yo pude comerme y manipular los pensamientos ajenos a gusto y disgusto. Yo pude transferir a los otros mis partes inacabadas, y desconocerlas, o más bien, recorrerlas completamente, saber exactamente en qué momento del día cometo el error final, y el error final es esta forma. Me habré jactado ilusamente de no poder cambiar absolutamente nada excepto todo, y el todo esta noche misma es el abandono completo de la forma anterior. En tierra pude absorber ese pasado desordenado, esos escritos incompletos que más bien son uno solo, he utilizado la palabra en vano para moverme por la pequeña parte que utilizo del universo, para corromperlo, molestarlo y someterme a sus leyes como quien se somete al yugo ajeno y yo he sido yugo de todo lo demás. Mi comportamiento en los últimos días es el yugo de todo lo demás. Desaparecí y reaparecí en la vida de tantos para que puedan lograr minimizar mi falta, para que con el correr de los días se demuestren a sí mismos que el mundo no sólo funciona, sino que mis ideas en él implicaron una terrible molestia. Hoy abandono esta forma, y mañana, mañana a la hora que empiece, de la manera que empiece, mañana es sustancialmente diferente y se me otorga en un continuar distinto. Porque mañana miraré las flores y será la primera vez que mire las flores, porque el dolor es la última posesión, y zoom back camera, mañana hay que volver a la vida real.