4.10.10

ósmosis

En un mundo diferente, no me importaría. Las cosas que se le parecen al amor lo hubieran sido. Alguien habrá tirado un hijo por la ventana. Un hijo ajeno. Habrán tenido que conformarse todos con las similitudes. Todo tiene el sabor de la resignación últimamente. Como si meter la mano en una pecera fuera insuficiente. O peor, en algún agujero con temor pero rapidez, sin saber lo que se viene. Sin saber si vamos a poder sacar la mano tarde o temprano. He levantado una muralla. No es nuevo, significo polvo como tantos otros que hicieron de sus piernas un castillo impenetrable. Hacer creer que el sexo es tanto más fácil, sólo deviene en simular. Entonces no sé si simulé esas sonrisas. O en qué estaba pensando cuando la gradiente de concentración del amor era igual para los dos del lado de adentro. Porque el cuerpo, los cuerpos y los pechos han sido una membrana. Sobre la piel se ha vertido la sal, la sal que uno espera provoque la eyaculación total de algún sentimiento. Pero ese sentimiento es lo que se le parece, lo que es similar al amor en todas sus formas y estructuras, construidas con delicadeza y parcimonia, condescendientes en aspecto y en dolor, en aroma, en temperatura. Cuando viene aquello y quiero dar, porque admito que deseo entregar buscando una aguja en un pajar, nada más segrego lágrimas. El llanto de saber que esto siempre va a parecerse al amor, siempre va a simular temor y los demás sonreirán, casi cómo sonríe uno, y todos, todos van a creer en el amor. Mentiría si digo que no creo. Lo ví. Se esfumó.