22.4.10

Recorro entre la muchedumbre tan pacífica,
desierta manufacturada de antojos siniestros porque sí, y mientras el cielo se recubre de gotas inmensas, que caerán en pequeños pedacitos de hígado atravesados en su garganta grasienta mugre que recubre el suelo y que nadie, nadie va a venir a juntar los trozos filosos cortantes de su piel podrida y demacrada figura que no baja de mi pecho, por mucho que lo intente, por mucho que desee que se caiga del lugar a donde pertenece donde tan bien lucía alegre y feliz
como en una vieja foto que me dice que eso ya no está bien, tranquilo, sentado con la mirada fija en el señuelo que hasta entonces tanto bien le había provocado, pero que hoy,
por mucho rótulo que quieras ponerle, se
desvanece sus prendas de disfraz muñeco pardo hilachiento
y gracioso que se me esboza en la sonrisa, por la que
luché fervientemente, un pedacito que te
regalo de cumpleaños feliz feliz feliz santa virgen que nos
protege el ánima, la abriga, la sucede,
la moja delicadamente en aceite con tal de que
permanezca allí, con el pecho a contra luz,
palpitándote de sangre violeta brillante de muertos azules
brillantes
que se asoman por las hojas de la persiana,
se diluyen, se acaban.
Otras noches
placenteras
visiones de pilas de diarios de un mundo completamente distante,
distante muñeco saltarín de paja, como la que me hiciste en verano cuando podía ver y sentir, o salir, a veces da lo mismo que reventarse un poco, aunque a veces no tanto, qué sé yo a veces busco cosas donde no debo morder eso, es malo, fundido entre las gotas de lluvia que caen y que no dejan de caer en la tentación del malévolo, satán te va a ir ganando de a poco.

el padre

Alejándote no ibas a solucionar nada. Te gustaba decir que eras mi espejo, mientras te calzabas una máscara y me acechabas por toda la casa sínicamente. Cuando me hablaste de plantas creciendo en mi estómago o de tornillos cayéndose de mi sien eras el único que podía solucionarlo. Las luchas no terminan del lado de afuera. Las luchas duran años.

las madres

Nunca tocaste nada, como atajándote. Anoche te ví dormir a contraluz y supe que acabaríamos igual, que resultaríamos de la misma unión de un delirante y un condenado. Te serví café sin siquiera saberlo hacer. Te escuché, te escuché. Sos el principio, pero a veces creo que mi existencia entera ya estaba resuelta.