25.3.07

C

Con sangre en el tíntero había muerto la noche. Mi lado sádico tenía ganas de creer en sus palabras redentoras, pues tendría un hermoso y virgen lecho donde clavar sus garras e instalarse hasta el cansancio, pero no era una posibilidad. Yo sé que ella miente, pero más graves son mis mentiras.
Remontando al génesis, ¿no fue acaso ella quien me utilizó vilmente?. Claro que sí, solo que jamás pretendió admitirlo. Fue tan vulgar y amoral, que llenaba mi cama de rosas a diario para clavarme las espinas por las noches. Se valió de mis canciones, mis letras, mis libros, mis dibujos y toda cosa que pudo arrastrar a la hoguera. Cenizas fui, a tal punto de no poder escuchar, escribir, leer o dibujar. Esa mujer me maltrató tanto con su ego, que dí a parar adentro de un ropero.
Claro que, afortunadamente, la primavera se terminó. El 22 de diciembre, tras atarme a la desdicha de complacerla, partí, me fui lejos, con suerte no volvería a verla en un tiempo.
Con mi bienestar de no tenerla se resquebrajaba su alma. Un par de veces consideré, sí, el humanizarme y volver a dirigirle palabra alguna, pero no sucedió. Atrás habían quedado los intentos de un diálogo, de todo lo que se le parezca.
Al volver, con el tiempo y los debidos perdones, parecía olvidado aquel verano. Pero inclusive ahora, ya acabado, dejó un sabor amargo.
Me irrita el escucharla diciéndome al oído como le miento. Me irrita el decirle que no emito más que la verdad. Me irrita mentirme a mi misma, me irrita todo lo que tenga que ver con ella.
Quizás tenga razón después de todo, quizás no la quiero y tan solo la uso para sentirme mejor, pero no me siento mejor.