16.5.07

à nous la liberté

El hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal, ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza.
El problema principal de la Sistemalía es la ironía absurda que concierne. Es una palabra de mi invención, lo admito, pero la considero completamente perfecta, y a la vez, errante.
"Sistema" y "Anomalía" se unen para definir esto que explicaría a través de una burla, como los hombres nos hemos encargado de naturalizar las fallas del sistema en el que estamos inmersos de manera tal que existen cosas que nos parecen normales. El desafío de la verdadera Sistemalía es, justamente, que el hombre recupere su conciencia lógica y adquirida, ética y moral, para poner en su lugar cada cosa, entonces lo aberrante sería aberrante; lo malo, malo; lo morboso, morboso; y no tendría que hablarse de un sentido figurativo de dicha palabra, sino de devolverle la anomalía a lo que pensamos y vivimos ya natural.
Me temo que jamás pueda llegarse a una Sistemalía en estado puro, como lo ha ocurrido con la democracia, el comunismo, el capitalismo y otras cosas que mucho tienen que ver con esto, ya que el sistema se adapta a las supuestas "nuevas necesidades" en vez de generar una ruptura. Sin ir más lejos, jamás viví otra cosa, no hay razones por las cuales reclamarla, pero hay una razón de ser, y otra para vivir. ¿Por qué hay que apartarlo a la lista de las utopías?, ¿alguien se sube conmigo?
Burdo ser humano, has creado todo aquello que hoy te destruye: ya llega la próxima extinción, carcomerse hacia adentro, y alienarse por fuera.

estaba donde debía estar

Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El Ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.
La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento: era el África destilada a seis mil pies de alltura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a la de los árboles en Europa: no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizaontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, o un aire romántico y heroíco, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. Las desnudas y retorcidas acacias crecían aquí y allá entre la hierba de las grandes praderas, y la hierba tenía un aroma como de tomillo y arrayán de los pantanos; en algunos lugares el olor era tan fuerte que escocía las narices. Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de las dunas; tan solo el mismísimo principio de las grandes lluvias crecía un cierto número de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panorámicas eran intensamente vacías. Todo lo que se veía estaba hecho para la grandeza y la libertad, y se poseía una inigualable nobleza.
La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. Lo habitual era que el cielo tuviera un color zul pálido o violeta, con una profusión de nubes poderosas, ingrávidas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, pero también tenía un vigor azulado, y corta distancia coloreaba con un azul intenso y fresco las cadenas de colinas y los bosques. A mediodía el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: "Estoy donde debo estar".



Memorias de África, Karen Blixen







ya vendrán esos tiempos en que Julia se anime a escribir sobre como era el lugar donde debía estar.